viernes, mayo 26, 2006

El final. Apocalipsis de un mundo.

¿Dónde está el amor?, ¿por qué murió?, ¿quién lo mató?, ¿quién tuvo la osadia de asesinarlo?, ¿por qué ahora sólo hay dolor?.
Cuando uno se enamora entrega su confianza ciegamente, sin
condiciones, pero si un día se desengaña y la pierde, no la podrá recuperar comprándola, ni la mejor imaginación la devuelva, sinó que se la deben entregar, y esta entrega requiere de paciencia y esfuerzo, valores difíciles de tener.
Cuando dos quieren hacer una vida en común se fija un destino, un rumbo y se camina, juntos, agarrados de la mano, pero si uno no sabe lo que quiere hace que el barco se tambalee, se hunda y si esto arrastra a tu compañero.
"Última Oportunidad".
La espera, sumergido en los abismos más oscuros, terminó. Demasiado tiempo oculto en la sombra. Demasiado tiempo escondido, con fugaces escapadas al cielo, siempre azul, hasta que tuve mi oportunidad, y la angustiosa espera se acabó.
Conseguí la victoria para mi corazón.
Del gran salto llegué a donde solo se puede soñar. Tuve la glória en mis manos. Pero todo lo que sube baja, es cíclico. De nuevo equivocado, me dí cuenta que no estaba tan alto. Dos golpes fueron suficientes para hacerme descender en picado, me resentía de ello y pretendía subir, y exigía combustible para ese motor, y exigía más, para no descender y seguir mirando lo más alto.
Cometí el error fatal, tras dos años de encrudecida guerra. De anhelar conquistar un amor, pasé a querer saciar el mio. Obsesionado con mi amor no correspondido, mirando la manera de satisfacerlo. Sin importarme que amar significa dar sin esperar recibir. Luché para hacer entender unas creencias y las acabé dejando de lado, a medida que me cansaba. Luché por estar compartiendo y vivir una vida, acabé matando y ahogando esa vida. Quería levantar y lo único que hice fue demoler. Quería compartir y acabé siendo egoísta. El honor por los suelos. Pedí compañia y obtuve soledad. Y lo peor de todo es que cometí la atrocidad de destruirme a mi mismo, la guerra llegó a mi propio hogar. Dejé de ser lo que quería ser y
empezé a ser lo que no quería ser. De ser llamado ángel, pasé a demonio.
De una cosa estaba seguro y de la que yo no soy sólo el único
culpable: nunca se tenía que haber empezado esa maldita guerra.
Perdí la ilusión hace diez años, murió un romántico apasionado. Renació. Perdí la ilusión hace cinco años, murió un romántico apasionado. Renació. Ahora no sólo pierdo la ilusión sinó la esperanza, muere un romántico apasionado. ¿Renacerá?. No tengo esperanzas.
"Apocalipsis".
Locura.
Las sirenas de alarma venían sonando desde la salida del sol, sirenas de auxilio que no encontraron respuesta, esperando una llamada que llegó tarde, y a medida que pasaban las horas hacía presagiar lo peor.
Las voces altas, en forma de grito, de desprecio, se transformaron en bombarderos con la isignia del dolor dibujada en sus alas. Volaron hacia las dos ciudades más grandes de mi mundo: el corazón y la razón. Descargaron sobre ellas lo que nunca antes habían descargado: explosiones, incendios, destrucción.
Los malos gestos, miradas de furia, de descontento, se transformaron en barcos hizando la bandera del dolor. Apuntaron sus pesados cañones hacia otras poblaciones como la alegria, la serenidad y la paz. Descargando sobre ellas más explociones e incendios.
Por si era poco, los golpes, las pataletas, los roces deshonrrosos, se transformaron en los cañones de una infanteria enloquecida, que apoyaba el brutal bombardeo desde las afueras de las ciudades, aniqulando la posible salida de las mismas a aquel que quisiera salvar su vida, de un mundo en llamas.
Una gran humareda se propagaba por cada rincón de mi pequeña isla, vista desde decenas de kilómetros mar adentro.
Horror.
Fuego, lágrimas, sangre, mutilaciones, muerte.
La gente gritaba, su gente y mi gente (aquellos que se unieron meses atrás, para labrar un destino, nunca fácil) estaban atrapados por el absurdo de los celos, la desconfianza, la falta de compromiso, malos entendidos, malas interpretaciones, cansancio, desacuerdos, etc...
La cara perdida de unos niños, en el silencio, sin entender lo que ocurría en sus pequeños mundos.
¿Por qué no se paró el fraticida ataque?, ¿por qué no se extendía la mano de la bondad?, ¿por qué nos hacemos daño?.
Los equipos de salvamento no funcionaron, porque fueron también aniquilados, ninguno de ellos se salvó de las bombas. Sin agua y con los sumistros cortados, las ciudades quedaron a merced del fuego, del hambre. Cuarenta y ocho horas fueron más que suficientes para convertir en cenizas años enteros de didicación y esfuerzo.
Aniquilé lo malo y lo bueno de una relación. Devasté lo malo y lo bueno de mi mundo.

El silencio.
El ejército entró en las ruinosas ciudades y se encontró el más absoluto silencio. Miles de muertos y desaparecidos. Las pocos supervivientes se ayudaban como podían, mientras miraban con tristeza e impotencia a sus propios soldados, ¿cómo pudieron hacer esto contra ellos?, ¿contra su propio pueblo?, ¿contra el amor?.
Suelos sin barrer y sin fregar, polvo en estanterías y muebles, son síntomas de la caída de edificios, de escombros, que nadie podía recoger. La cama sin hacer y las sábanas sin cambiar es el reflejo de un pueblo enfermo. Plantas sin regar, sin cuidar, como si hubiese falta de agua, todo tuvo que pagar el precio. Enormes vacíos en los armarios, en la terraza, en el salón, en el frigorífico, en todos los lados, denotan la desolación de una nación, de un fatal destino. Restos de ropa, son el fiel reflejo de lo que huvo, trozos de tela, que en su momentos eran vida, ahora yacen inertes en un cajón, para el olvido.
No se oye música, las emisoras de radio quedaron sin infraestructuras. Las velas, aquellas farolas que daban vida nocturna a las ciudades, ya no se encendían (nisiquiera una).
La oscuridad.
Sólo queda la desolación, un mundo destruído y las pocas ganas de retomar un rumbo, una vida. Sin apenas fuerzas, un ejercito (que luchó por su pueblo), lloraba en la noche por el crimen que había cometido. Se hizo por una causa. Maldita causa. El parlamento está destruído. El gobierno ya no tiene el orden. Mi futuro está en manos de los radicales, los militaristas, la parte de mi cerebro más diabólica. La posibilidad de una guerra civil late en el horizonte, la gran flota (fiel al gobierno) vuelve de su travesía a casa y si decide poner orden en el seno de los militares radicales, comenzará la guerra. ¿Otra guerra civil?, ¿acaso hay algo por lo que luchar?. El pueblo está muerto, desilusionado, desconcerado, y las gentes yacen tristes, porque no confian en nadie. ¿Quién levantará este pequeño país?.
Llegan dias de oscuridad.
Sueños del presente.