viernes, abril 07, 2006

El Polizón. Cálido invierno.

1 de marzo.
¿Cómo he sido capaz de consentir que en mi nave se colase un polizón?.
¿Una persona que se embarca clandestinamente, sin otro fin que andar ociosamente de corrillo en corrillo hasta el final de su trayecto?.
¿Cosas de la mar?, ¿de aquel que quiere viajar y no puede pagar?, ¿del que se esconde o huye?, ¿del viajar por viajar?...no hay evidencias.
Lo encontramos una noche, en el último compartimento de carga de popa, al parecer con síntomas de deshidratación y cansancio. Así que lo atendimos con todos los medios con los que disponíamos a bordo. ¿Cómo no íbamos a hacerlo?, si lo hubiéramos hecho con nuestro peor enemigo, como manda el código de caballerosidad de la mar, aunque cada vez en más desuso.
Después de permanecer un par de días recuperándose en la enfermería, fue trasladado a un pequeño camarote, custodiado dia y noche hasta poder conocer el porqué de su clandestino embarque.
No tardó en explicarnos la rápida huída de su país. Creíamos que por cuestiones políticas: gente oprimida, desigualdades sociales, intereses contrapuestos, etc... muy común en países con constantes desequilibrios.
Aunque para algunos de mis marineros, tener un polizón a bordo era como una lastre, una carga, un turista no invitado. Para otros un viajero perdido. Un civil. Un enviado. Un espía. Tantas opiniones como gustos.
Sin embargo, mis oficiales y yo, llegamos a la conclusión que antes de todo, lo primero es lo primero: un ser humano con problemas, fuera de sitio. Tenía que recuperase de sus lesiones y luego ser integrado en la vida de la nave, ser uno más.
Hacerle entender que no estaba sólo, que si quería vivir tenía que trabajar, como el resto de nosotros. Porque si este barco se hundía nos hundíamos todos. Si hacía feliz al barco, el barco le haría feliz.
¿Entonces, para qué tenerlo más días encerrado en un camarote de dos por uno?.
Empezó a contactar con su nuevo paisaje. Observaba el funcionamiento de este pequeño barco de guerra para tiempos de paz. Se integraba entre los quehaceres cotidianos, prestando su ayuda, su sudor y su dedicación.
En un mes, logró formar parte implicada y participativa de nuestro viaje, y su sonrisa se convirtió en una señal inigualable para muchos de nosotros.
Su piel olía a salitre y sus ojos se tornaban azules al reflejarse en ellos el mar de mediodía.
1 de abril.
Hoy se hubiera cumplido el segundo mes desde que encontramos el polizón. Y digo que "se hubiera cumplido" puesto que no puedo decir que "se ha cumplido". Recuerdo...
La serenidad y la monotonía del dia a dia, las obligaciones de una tripulación comprometida con su barco y su misión, contrastaban con los momentos de divesión, de locura, de felicidad, que venía inesperadamente, a golpe de trago, de cantos y danzas.
El polizón se sumergió en este pequeño mundo. Sabía cuándo tenía que motivar a la gente en sus respondabilidades y sabía cuándo debía entregar su alegría en los momentos libres.
Ola tras ola, el buque entero aceptó su manera de ser, de vivir las cosas. Y yo (como capitán) me sentía contento porque ese era mi fin. Uno más entre marineros, especial para mi.
Vivir este tipo de vida, monótona, no es fácil, hay que disfrutar el viaje, estar tranquilo y al mismo tiempo en alerta. Ser constante haga frío, llueva, truene o excasee el agua.
Vivir rodeado de cuatro paredes de mar, sin saber cuándo se verá tierra, o cuándo se entrará en conflicto, no es apto para cualquiera.
Nuestro polizón, a pesar de su entusiasmo y emoción inicial por disfrutar lo que el viaje le había deparado, estaba condenado a seguir otro rumbo diferente al nuestro, tarde o temprano seguiría su camino, su destino, por una sencilla razón: no era su mundo.
No fue solamente una noche, sino más de una, en que nos reuníamos en la proa, entre candiles de aceite y cervezas, arropados con mantas . El polizón nos explicaba parte de su historia. Él decía que había un mundo. Que era posible llegar hasta él.
Más de una noche me quedaba pensando, duditativo, sobre esas palabras, mientras las estrellas guiaban nuestro viaje nocturno,....¿existía ese mundo?.
Un amanecer violento, decidí desobedecer las órdenes que me dieron y poner en peligro la misión que le fue otorgada a la nave. Desvié el actual rumbo y encaré proa a ese lugar lejano. Sabía que a la velocidad a la cual íbamos iba a ser una travesía muy lenta, larga, con unos costes adicionales, pero que una vez allí, quizás hubiera valido la pena. Mi tripulación me era fiel y se puso de mi lado.
En el mapa sólo había mar, y a penas unos pocos puertos conocidos por nosotros. Daría con ellos.
Los días caían como losas sobre la espalda del polizón. No iba a ser fácil, la comenté una y otra vez, todo depende de la paciencia, y de la capacidad de aguante.
En su rostro el cansancio, la tristeza. La alegría evaporada, salía por la chimenea central de mi barco y se perdía en el firmamento. La primavera removió la sangre. El entusisamo, como una gota de salada mar, se perdía en la inmensidad del mar, del olvido.
A igual que contagiaba su positividad también lo hacía con su lado más negativo. Los marineros que, convivían con él dia tras dia, se empezaban a desanimar, el barco entero lo notó, y había gente que lo quería tirar por la borda si no cambiaba de actitud. E incluso yo (después de haber tomado la decisión de cambiar el rumbo hacia ese destino tan lejano, a pesar de la lentitud del barco), también me enfadaba, perdiendo los nervios, la fé, sin saber qué hacer para ayudarlo, para animarle a continuar el viaje a bordo.
Fue un 23 de marzo, en la "Isla de Nunca", conocida por nosotros como "Puerto Dolor". Un lugar de heladas aguas, acantilados nevados y recuerdos congelados por árticos vientos. Fue allí donde el polizón decidió tomar tierra, poniendo fin a su aventura y a su viaje con nosotros, en nuestro pequeño, lento y orgulloso barco. Quizás lo hizo para tomar otro camino, u otro barco más veloz que le llevase antes a su destino, o sencillamente por su felicidad.
Y que Dios lo ampare, porque yo, ya no lo puedo hacer.
Dos semanas y media, atrapados por una inesperada tempestad de hielo, sin poder salir de esa penosa Isla, abandonada en medio del más crudo de los océnaos.
Un día de tregua, la tormenta remitió y el sol salió timidamente, era la oportunidad. Repasados cada rincón y cada metro cuadrado de la nave, reabastacidos con lo poco que conseguimos, zarpamos hacia nuevo rumbo, hacia nuestra misión.
Con la mirada perdida de mis marineros, hacia atrás, hacia ese polizón con el que vivieron y compartieron el crudo invierno, la soledad de dos almas viajeras unidas en los fríos días polares del mar del norte, el calor de un abrazo, días como meses, meses como años. Las lágrimas se cristalizaban apenas salir de los ojos.
Algún dia, quizás, el destino me cruzase de nuevo con él.
Sueños del presente.